jueves, 3 de octubre de 2024

 


LA MUERTE Y YO.

Retomo las palabras, ahora con la esperanza de liberar el trillón de pensamientos que rondan mi cerebro. Hace mucho que no escribía.

La muerte me ha enseñado y aunque suene a disco rayado, tengo una incansable necesidad de entender, de concluir, de descubrir y, sobre todo, de cambiar. Hay momentos en los que incluso solo quiero desaparecer.

Hace 14 meses que mis prioridades y miedos tomaron un camino diferente y hace 6, ese camino se me hace muy largo y sin un lugar de llegada. Me levanto, me baño, despido a mi hija para el colegio, trabajo, compro café a las 11:00 a.m., dos horas después llego al gimnasio, entreno una hora, almuerzo, trabajo y recibo a mi esposo para preparar las loncheras del día siguiente. Todo, anhelando que llegue el viernes, como si ese día me liberara a sentir algo de emoción.

Los sábados y los domingos se los lleva el viento. Son cortos, a veces hermosos y a veces tristes, pero no pesados. Sin embargo, sé que el lunes volverá a llegar y mi vida de robot, continuará. Y es que sí, soy un mundo de comportamientos, preguntas y respuestas repetitivas, automáticas…impersonales.

He notado algunas arrugas en mis ojos y he perdido un poco de mi esencia. El estómago ya no es tan plano como hace 10 años, me han salido ¨conejos¨ en las caderas y esos cambios me importan, muy a pesar de la tendencia mundial de aceptar nuestros cuerpos tal y como son. Mis cachetes empiezan a descolgarse un poco; hay claras líneas de expresión que antes no se veían. Ya no me avergüenzan mis convicciones ni me interesa matizar mis creencias, que, a decir verdad, han cambiado mucho. Vivo hinchada como globo. La miopía avanza el triple. Olvido palabras que tengo en la punta de la lengua. La regla me llega cada 18 días con unos cólicos perversos. Me envenenan los altos ruidos y la hipocresía. Hago cuentas de los años que me faltan para pensionarme. Siento a mi trabajo, repetitivo y monótono, aunque absolutamente necesario. A veces me cuesta mucho concentrarme. Las palabras de Lina Tejeiro y Kimberly López en ¨Vos Podés¨ me resultan tremendamente pendejas o impostadas, hasta oportunistas, y la risa de Tatiana Franko, exagerada. La está sacando del estadio con su podcast, sí, chévere, pero de lejos un Juan Pablo Raba, un Miguel Reyes, una Yolanda Ruíz o una Silvana Gómez, son mucho mejores. No tengo tantos puntos en común como antes tenía con mis amigas de toda la vida, pero descubro muchas coincidencias con las nuevas personas que me ha regalado la vida.

Quisiera más tiempo con mi hermano porque me parece que es lo único que me queda de mi padre, pero aún no logro descifrarlo del todo y solo me resta respetar sus distancias y sus maneras.

Agradezco infinitamente a la vida que me permita seguir gozando la compañía y protección de mi mamá; que siga existiendo un ser humano que me ame a pesar de todo y en contra de todo. Disfruto de sus historias repetidas, sus preguntas temerosas, de la ingenuidad que ha venido surgiendo en su otoño. Disfruto de su luz, de su ajiaco y de su pasta bolognesa. 

Qué será lo que me pasa…

¿Me falta el amor de pareja? No, tengo un esposo magnífico al que adoro y disfruto.

¿Me falta el amor de mi hija? No.  Mi hija es una perfecta preadolescente que voltea sus ojos con facilidad, se avergüenza de mí, por momentos me detesta, solo quiere estar con sus amigas, pero, en el fondo, me ha dejado claro lo mucho que me ama.

¿Me hace falta ¨la realización profesional¨ o el ¨éxito económico¨? Pues… depende. Habría que analizar qué se entiende por realización profesional y éxito económico. Para algunos puedo ser una varada, para otros una abogada cualquiera que sobrevive sin publicaciones o galardones a exhibir por redes sociales, para otros, una dura… Yo solo sé que, tengo clientes fijos hace más de 14 años que confían ciegamente en mi labor; que fruto de mi trabajo como abogada, genero empleo, tengo una casa donde vivir, un mercado que sin limitaciones puedo hacer cada mes, me alcanza para pagar el colegio y las demás necesidades de mi hija, pago cumplidamente mis impuestos; aporto a la seguridad social de mi país y, de cuando en vez, me voy de viaje. Entonces sí, este punto también está chequeado, he tenido un relativo éxito profesional.

¿Me hacen falta los buenos amigos? Tampoco. Con el tiempo me he desprendido de personas que no aportaban mayor efecto o beneficio a mi vida. He ido desmontando del tren a quienes me amaban mientras les era útil, a quienes solo necesitaban mi amistad, pero no me la devolvían, y en general, a quien en realidad no me apreciaba en mis verdaderas y complejas dimensiones. Pasé a muchos de la categoría de amigos al grupo de ¨conocidos¨ sin sentir culpas o angustias. Me quedan pocos amigos, muy pocos, con sus errores y sus virtudes, pero todos muy valiosos.  

¿Y entonces?... Repito, ¿qué carajos será lo que me pasa?…

Quizás tan solo sea que, hace 14 meses supe del cáncer terminal de mi padre; que lo vi desdibujarse durante una quimioterapia implacable y que, hace 3 que ya no puedo volverlo a oír, que ya no puedo volverlo a ver.

Es una tristeza distinta. Es una tristeza que no se va… que nunca desaparecerá.

Me obsesiona superar el duelo. En ocasiones se me olvida sentirlo. Lloro frecuentemente, pero me exijo no hacerlo por más de 3 minutos y si hay gente conocida al mi alrededor, pido disculpas por mi llanto. Los recuerdos son sorpresivos, aparecen de un momento a otro, en los lugares menos esperados, incluso después de una carcajada.

Me preguntan algunos, ¿por qué me ha dolido tanto la muerte de mi papá? Y aunque me tomó tiempo encontrar la respuesta correcta, hoy estoy segura de saber que la razón es que: murió mi papá.

En este plano, el que vivo ahora, soy un espíritu, que transcenderá, pero indudablemente marcado por el contexto que me tocó y que fui construyendo desde 1980. Por eso, cuando la muerte me arrebató a uno de los actores principales de ese contexto, todos los otros actores de reparto y extras, se desacomodaron. Mucho de lo que soy, de lo que pienso, de lo que me rige, lo que me divierte, de lo que odio, lo que me duele y lo que añoro, fue hecho por mi papá.

Él fue música; en acetatos que se ponían en un tocadiscos, los sábados en la mañana para oír tirados en la mitad de la sala o en casetes que se tocaban en un carro de Bogotá a Ibagué.  Él fue Piero, el Grupo Niche, José Luís Perales, el Gran Combo de Puerto Rico, Rafael, Andy Montañez, Julio iglesias, Rocío Durcal, Julio Jaramillo, Fruko y sus Tesos, Josy Esteban y la Patrulla 15, hasta Pastor López… Mi papá fue música. Mi papá fue alegría en sonidos muy distintos que inundaban mi estómago de emociones agradables. Mi papá me enseñó a sentir dicha a través de los ritmos.

Así, debo decir que, como la música, mi padre fue risas, chistes, frases peculiares, caras graciosas. Fue un tipo muy original; en su forma de vestir, de actuar, de vivir, hasta de hablar. Un señor de cuentos interesantes, de superación, de fuerza, de tomadera del pelo, de datos a discutir.

Él fue positivismo. A pesar de sus desaciertos y malas decisiones, que fueron bastantes, mi papá siempre trató de mantenerse optimista. Me repitió varias veces que ¨el mejor día está por llegar¨, e incluso en los peores episodios de su cáncer implacable, tuvo la esperanza de que le llegaría la mejoría.

Mi papá fue y es: unicidad.

Pero… con nostalgia al escribirlo, digo que mi padre fue también egoísmo, fue ausencia, fue terquedad. No tengo ninguna duda de que lo que más me dolió de él fue no haber sido su elección de vida, no haber sido su verdadera prioridad, no haber tenido más de su tiempo, no haberme ganado su dedicación. Él se eligió a si mismo. A sus gustos, a sus preferencias, a sus amores, a sus determinaciones, a su comodidad, a sus celebraciones. Mi padre decidió adoptar esa vieja usanza del papá proveedor. Ese que paga comida, vestido, educación y vivienda, pero que no hace tareas con sus hijos, no va a sus presentaciones o encuentros deportivos, no sabe de sus noviazgos o amigos, que no reconoce sus sentimientos ni carencias. Un papá que se acomodó trabajando fuera de casa. Que eligió la infidelidad para terminar su matrimonio. Una relación constante, pero de ires y venires; un trato cercano y también de alguna manera distante.

Por él tuve una carrera profesional que me brinda completa independencia económica como mujer y la entera decisión de nunca depender de un hombre. Pero también por él, fui gestando esa inaceptable inseguridad… esa falta de amor propio y necesidad de ser escogida por un hombre que me llevó a sufrir por crápulas sin mayor valor, a optar por clientes a quienes regalé mi trabajo una y otra vez; a implorar por ser pedida por los otros como mejor opción, topándome con grandes decepciones.

Ahora, si se ve desde otro ángulo, por mi padre también, supe escoger a un esposo que puso fin a esa estructura de padres que no se untan de pañales o del día a día de los niños y que elige estar presente en cada instante de la vida de mi hija. Por todo lo que me dolió de mi padre, elegí el hogar que hoy tengo.

Hay días en que lo culpo de ciertos dolores. Hay días en que me culpo por culparlo.

Me siento muy sola. Como si nadie pudiera sentir el dolor que yo siento, lo cual es cierto. A mi hermano también se le murió el papá, pero es garantizado que su duelo es distinto al mío. Hablarle de mis tristezas es casi como sumarle una maleta de 25 kilos en un pasaje de Avianca. Muy costosa y pesada de llevar. Cada quien tendrá que responsabilizarse de su equipaje.

¿Por qué es que mi padre fallece justo en el momento en que pude acercarme más a él? ¿por qué se va cuando logré no juzgarlo y entenderlo mejor? ¿O es que debía enfermarse para que eso pasara? ¿Debía morir para que yo sanara mis heridas? ¿La vida debe ser así de irónica? ¿Es un castigo para mí? ¿Me merecía perderlo en el mejor momento de nuestra relación? ¿No merecía tener un vínculo padre e hija realmente unido? ¿Es un privilegio de otros?

Apenas logro procesar que los padres no son perfectos. Lo decía antes, pero no era del todo sincera. No soy ni seré una madre perfecta. Miranda me va a medir con la misma vara de excelencia con la que he medido a mis papás siempre, y hasta ahora siento realmente, que no es justo. Somos los papás, seres humanos imperfectos, con embarradas pequeñas y monumentales. Tratamos… pero erramos. Qué se la va a hacer.

Me ha costado mucho entender a la muerte. La energía de mi padre se agotó el 13 de junio de 2024, y el 14 todo siguió sucediendo y funcionando igual. Nada pasó. Nada se detuvo. Mi vida colapsaba, pero el mundo continuaba sin traumatismos... Sin él.

Redactar documentos donde hablo de mi papá como no existente, en pasado, incluso con una cédula de ciudadanía vetusta, me parte el corazón. Pero debo seguir los procesos legales incómodos que siguen al fallecido y atormentan a los vivos. Redescubro y confirmo la mezquindad de los seres humanos frente al dinero, sabiendo que hay miles que, en vez de soñar con un patrimonio propio, deliran con aprovechar el patrimonio que un familiar les herede. Las liquidaciones de herencia desmantelan las estructuras de decencia que se fingen en el tiempo y descubren la verdad de los sentimientos. En mi caso, mis tíos y primos de familia paterna, son indeseables. Sin excepción.

Tengo igualmente que aceptar que cada tanto aparece la ira. Rabia con todo, con la gente, con el país, con el clima, con la conexión de internet, con que me sirvan café tibio, con la selección de fútbol que pierde con argentina, con El Divo por gamín, con Cony Camelo por seguir en Master Chef.

Hay muchos días en que tengo un mal estar que se engrandece sin motivo aparente.

Por horas mi cabeza solo está en blanco.

He perdido mi motor de vida sin saber si debo tener un motor. No hay claridad sobre mis metas, ni a corto ni a largo plazo. Estoy un poco refundida. Ya no siento que el reconocimiento laboral sea la recompensa. Mi única certeza es que la vida sí es incierta y cada momento debe disfrutarse, sin llegar al maldito positivismo tóxico que me agobia.

La felicidad se me presenta difusa pero la anhelo. No quiero arriesgar mi paz. No deseo ceder mi bienestar para lograr el bienestar de otros. No me interesa decir lo que alguien quiere oír si para mi no es cierto. No deseo que el chat de exalumnos de la universidad me aplauda por las sentencias a favor logradas o por mi artículo en una revista. No tengo tiempo para solo oír cuitas ajenas y no poder compartir las mías.

Me da pereza pelear con los defensores de Gustavo Petro o el Pacto Histórico, no hay caso. Por fin tomé partido sobre muchos de los preceptos y obligaciones del catolicismo. Decidí creer y confiar en Dios y no en sus castigos por no confesarme una vez al mes o no ir a misa una vez a la semana.  

Dejé de sentir a la familia extendida como un deber y solo seré especial con aquellos de los que  recibo algo semejante; a todos los demás familiares, les deseo éxito y les doy una cordial despedida. Defenderé ante el colegio, las mamitas y papitos y ante cualquier tercero, cualquier causa que pueda alterar o dañar a mi hija, mientras dejaré que libre solita las batallas que pueda dar sin mi intervención.

La despedida de mi padre, puso el foco en mí. Lo que siempre critiqué, lo que siempre repudié, ahora sucede: DEBO PENSAR EN MÍ.  





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