Los colombianos somos por naturaleza una sociedad compleja, con
matices raros y contundentes. Nos hemos autoachacado la fama de comunidad
amable, amistosa, querida, jovial, que acoge a los extranjeros, con el
castellano más pulido de latinoamérica y muy bien educada; pero, en la vida
real, somos así?
La verdad de las cosas es que se nos ha
perdido la sonrisa y la amabilidad de otros tiempos. Particularmente los
Bogotanos, en medio del caos capitalino y sin distinciones de género, nos
volvimos expertos en insulto callejero a grito limpio, bien desde el carro o
bien desde la calle, con o sin groserías; reacción agresiva inmediata, tengamos
o no razón; careculismo crónico tanto en la mañana como en la noche; quejadera
habitual, porque sí, porque no y porque también; barbarie repentina desbordada,
contra el prójimo, contra los animales, las estaciones de transmilenio o contra
los auxiliares de policía; Desconfianza máxima, porque a casi todos le
vemos pinta de ladrón; y amor por la grabación y posteo de insucesos en taxis;
pero amables muy amables, no me parece que seamos.
En medio de ese comportamiento frío y algo
demente, he detectado que en Bogotá ha disminuido el uso de las denominadas
¨Palabras Mágicas¨: Por Favor,
Gracias, Permiso y Disculpas, que por lo menos para mí, son fundamentales.
Haga el ejercicio de analizar por todo un
día a la gente y se dará cuenta que son muchos los que reciben sus productos en
una tienda o café, pagan y no dicen nada de nada, si acaso miran! Piden
servilletas, tapas, azúcar, mezcladores y demás, sin la delicadeza de un por
favor. Pasan y si no caben, no se les ocurre pedir permiso sino que prefieren
pegar con el hombro, con el paraguas o con el morral gigantón que aman llevar
de lunes a viernes, para abrirse espacio y casi nunca piden excusas por el
golpe. Quieren entrar a un ascensor y les importa un carajo el cuento de dar
prioridad a ciertas personas por que si ven 10 cms libres, se meten y empujan
hasta caber, sin importar si con la cremallera de su chaqueta le chuzan el ojo
al bebé que va cargando una mamá con 6 meses de embarazo; si van en bicicleta y
los peatones nos cruzamos sin querer, nos chiflan en el oído como arriando
ganado, y si van en moto y uno está cruzando la calle, presionan el acelerador
para angustiarnos con el sonido y luego reírse.
Lo más impresionante es que los padres
desde nuestro egocentrismo, hemos prolongado y alimentado esos feos hábitos en
los niños. Rara vez me topo con chiquitos que recuerden hacer sus solicitudes
pidiendo el favor o permiso, y mucho menos, pequeñitos que entiendan con
tranquilidad que el mundo no gira a su alrededor. La costumbre de la mayoría de
nuestros niños es exigir lo que desean, sin mayores reparos: ¨dame tal cosa!¨,
¨quiero ir a tal lado¨, ¨cómprame ésto¨.
Los papás nos hemos centrado en hacer todo
lo que nuestro hijo quiera o se le ocurra, y ellos se han aliado con los
abuelos y tíos sin hijos para lograr lo que desean, sin mayor dificultad. Son
pequeños dictadores no acostumbrados a oír un NO, expertos en manipulación,
drama y en posar para una foto, sin importar dónde estén.
Cuando era pequeña me daban muchos gustos
pero no recuerdo jamás que el día a día de mis papás girara en función de mi
diversión, entretenimiento y mucho menos querer. Si mis padres tenían que ir al
banco, donde el contador, a hacer mercado, reclamar la pensión de la abuela y
demás ¨diligencias o vueltas¨, a uno le tocaba aguantarse el día sin decir
nada. El restaurante no lo elegía yo ni mi hermano menor y mucho menos el destino
de las vacaciones o el canal de televisión. Me abrían los ojos y me fruncían
fuertemente el ceño si no agradecía o si no pedía amablemente favores, y no por
ello estoy traumada o he sido infeliz.
En cambio ahora, los papás vivimos planeando qué hacer los sábados
y los domingos, en función de alegrar y complacer a los niños, entonces nos
metemos a hacer la fila de 8 horas en Divercity; reservamos con 45 días de
anticipación para ver los Cuentos de Rafael Pombo en Gaira, aunque en ellos un
desayuno cueste lo mismo que el recibo del agua; nos volvemos amantes del
pic-nic, solo para llevar al niño al parque; y, le dejamos nuestro sueldito a
Andrés Jaramillo, cada domingo en su muy modesto restaurante con tal de tomarle
la foto al niño con la cara pintada.
Creo sinceramente que nos hemos centrado
en analizar una y mil veces las bondades de la leche materna, en leer sobre
cómo manejar la frustración en los bebés, en armarles una dieta balanceada sin
gluten y con productos orgánicos; en satanizar el uso del IPAD, en descubrir cómo
mejorar el sueño de los menores o en escribir o leer sobre nuestros sentimientos de padres, pero en tanta pendejadita múltiple, se nos ha
olvidado enfatizar en lo más simple y fundamental de todo, los buenos modales! La
educación!
Por educación no hablo solamente de revisar todos los rankings de jardines
y colegios para elegir el de mejor reputación o puntaje (cueste lo que cueste),
a meterlos a cursos de idiomas y mil deportes, a llevarlos de gira por el mundo
para culturizarlos desde el primer mes de vida, sino también a retomar la
urbanidad y los valores que incluso en nuestras generaciones ya se empezaron a
olvidar. Si usted ve Masterchef Junior, puede percatarse fácilmente que hay
niños desde los 8 años, altaneros con sus compañeros, que gritan si no se hace
los que creen correcto, que lloran ante la más mínima contrariedad y
personalmente creo que es porque los papás nos hemos esforzado por hacerles
creer que son príncipes y princesas que deben vivir en una urna de cristal, con
mayordomo y ama de llaves y un presupuesto inagotable. Tengo clientes con niños
en el Nueva Granada y clases de Golf en las tardes pero demandados para
restituir el inmueble que habitan y cuyo arriendo no pagan hace 2 años!
No digo que no hayan mil temas de crianza importantes para leer,
que el mundo ha evolucionado y que la mayoría de los padres sólo queremos lo mejor
para nuestros hijos, pero parte de darles bienestar es también enseñarles que
no están solos en la vida y que su contexto o alrededor merecen respeto y
consideración, tanto como ellos lo exigen.
Es importante enseñarles que para comprar juguetes, ir a parques, visitar
sus restaurantes favoritos, se necesita trabajar y obtener una remuneración,
que el dinero no surge espontáneamente y que los cajeros automáticos no son la
lámpara mágica de Aladino.
Pero para ello, empecemos desde el ejemplo, desde nosotros mismos,
desde nuestra forma de actuar y de reaccionar. Si alguien mira fijamente a su
hijo cuando el niño hace un berrinche y le pega a las sillas, no se ponga
bravo! La persona tiene razón en mirar con asombro, su hijo está teniendo un
comportamiento inadecuado y usted debe reconocerlo, corregirlo y evitar que se
vuelva a presentar. No reaccione también usted con un berrinche. Aprenda a
aceptar la crítica a sus hijos.
Si su adolescente consume pegante en el colegio, se huele el extinguidor
o se inyecta el liquid paper, no es sólo culpa del colegio! Es que su muchacho
tiene una conducta gravemente equivocada y en vez de demandar al Distrito,
usted debe correr a atender dicha conducta lo antes posible, examinar su hogar,
estudiar su conducta y la de su esposo para ver si ello ha influido.
Si su hijo atropella a un peatón por manejar borracho o robarse el
carro sin tener aún licencia, la víctima
es el atropellado, no su chiquito que es atacado por los medios de
comunicación! Quítele las llaves del carro y repréndalo por irresponsable, pero
no se ensañe con el locutor que lo entreviste, con el Alcalde ni con Santos, no
pretenda echarle la culpa a la televisión o el internet, pero sí tenga en cuenta que usted jamás podrá coger un carro si ha tomado.
Enséñele a sus hijos que los meseros de un restaurante le llevan
el plato de comida a su mesa pero no son esclavos, precisamente, ejercen un
oficio que debe agradecerse. Que a las empleadas domésticas no se les grita,
que los porteros cuidan su casa y no se les debe subestimar; que los profesores no son sus guardianes ni mucho
menos sus ángeles de la guarda, por tanto, no son responsables de sus
actuaciones; que las personas que les rodeamos no tenemos que aguantar sus
gritos y que no hay nada más mágico y enriquecedor que decir gracias y
porfavor!
Pero enseñe desde su propio comportamiento. No sea guache, no haga
mala cara porque sí, piense en los demás, no se centre en sus propias
necesidades pasando por encima de los otros. No culpe a los demás por lo que le
pasa. No busque responsables de las desgracias auto-causadas. Entienda que es más importante que su hijo sea un caballero y su hija una damita, solidarios, cooperadores y educados a que sean los reyes de la fiesta de cumpleaños!
PORFAVOR CAMBIE SU CARA DE OJETE, SONRIA Y SEA CORDIAL! SE LO AGRADECEREMOS!
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